de sus lágrimas y tus oidos de sus gemidos, y considera despacio la sustancia de lo que pide, si no quieres que se anegue tu razon en su llanto, y tu bondad en sus suspiros. Al que has de castigar con obras no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio sin la añadidura de las malas razones. Al culpado que cayere debajo de tu juridicion, considérale hom- bre miserable sujeto á las condiciones de la depravada naturaleza nuestra, y en todo cuanto fuere de tu parte, sin hacer agravio á la contraria, muéstratele piadoso y clemente, porque, aunque los atri- butos de Dios todos son iguales, mas resplandece y campea á nues- tro ver el de la misericordia que el de la justicia. Si estos preceptos y estas reglas sigues, Sancho, serán luengos tus dias, tu fama será eterna, tus premios colmados, tu felicidad in- decible, casarás tus hijos como quisieres, títulos tendrán ellos y tus nietos, vivirás en paz y beneplácito de las gentes, y en los últimos pasos de la vida te alcanzará el de la muerte en vejez suave y ma- dura, y cerrarán tus ojos las tiernas y delicadas manos de tus ter- ceros netezuelos. Esto que hasta aquí te he dicho, son documen- tos que han de adornar tu alma: escucha ahora los que han de ser- vir para adorno del cuerpo.