DEJAMOS al gran Don Quijote etívuelto en los pensamientos que le había causado la música de la enamorada doncella Altisidora. Acostóse con ellos, y como si
fueran pulgas, no le dejaron dormir ni sosegar un punto, y juntá-
bansele los que le faltaban de sus medias; pero como es ligero el
tiempo, y no hay barranco que le detenga, corrió caballero en las
horas, y con mucha presteza llegó la de la mañana. 'Lo cual vis-
to por Don Quijote, dejó las blandas plumas, y no nada perezoso
se vistió su acamuzado vestido, y se calzó sus botas de camino por
encubrir la desgracia de sus medias. Arrojóse encima su mantón
de escarlata, y púsose en la cabeza una montera de terciopelo ver-
de, guarnecida de pasamanos de plata: colgó el talialí de sus hom-
bros con su buena y tajadora espada: asió un gran rosario que con-
sigo contino traia, y con gran prosopopeya y contoneo salió á la
antesala, donde el Duque y la Duquesa estaban ya vestidos y comq
esperándole: y al pasar por una galería estaban á posta esperándo-
le Altisidora y la otra doncella su amiga, y así como Altisidora vio
á Don Quijote, fingió desmayarse^ y su amiga la recogió en sus
faldas,'4y con gran presteza la iba á desabrochar el pecho. Dortf
Quijote que lo vio, llegándose á ellas, dijo: — Ya sé yo de qué pro-
ceden estos accideptes. — No sé yo de qué, respondió la amiga, por-
que Altisidora es la doncella mas sana de toda esta casa, y yo nun-
ca la he sentido un ay en cuanto ha que la conozco: que mal hayan
cuantos caballeros andantes hay en el mundo, si es que todos son
desagradecidos: vayase vuesa merced, señor Don Quijote, que no
volverá en si esta pobre niña en^tanto que vuesa merced aquí es-
tuviere. A lo que respondió Don Quijote: — Haga vuesa merced,