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Don Quijote.

quien no valen ni tienen fuerza vuestras malas intenciones, y vol- viéndose á los gatos que andaban por el aposento, les tiró muchas cuchilladas: ellos acudieron á la reja, y por allí se salieron, aunque uno viéndose tan acosado de las cuchilladas de Don Quijote, le saltó al rostro y le asió de las narices con las uñas y los dientes, por cuyo dolor Don Quijote comenzó á dar los mayores gritos que pu- do. Oyendo lo cual el Duque y la Duquesa, y considerando lo que podia ser, con mucha presteza acudieron á su estancia, y abrien- do con llave maestra, vieron al pobre caballero pugnando con to- das sus fuerzas por arrancar el gato de su rostro. Entraron con lu- ces y vieron la desigual pelea: acudió el Duque á despartirla, y Don Quijote dijo á voces:-No me le quite nadie, déjenme mano á ma- no con este demonio, con este hechicero, con este encantador, que yo le daré á entender de mí á él quien es Don Quijote de la Man- cha. Pero el gato no curándose destas amenazas, gruñía y apreta- ba. Mas en fin el Duque se le desarraigó, y le echó por la reja: Quedó Don Quijote acribado el rostro y no muy sanas las narices, aunque muy despechado, porque no le habian dejado fenecer la ba- talla que tan trabada tenia con aquel malandrin encantador. Hi- cieron traer aceite de aparicio, y la mesma Altisidora con sus blan- quísimas manos le puso unas vendas por todo lo herido, y al po- nérselas, con voz baja, le dijo:-Todas estas malandanzas te suce- den, empedernido caballero, por el pecado de tu dureza y pertina- cia, y plega á Dios que se le olvide á Sancho tu escudero el azo- tarse, porque nunca salga de su encanto esta tan amada tuya Dul- cinea, ni tú la goces, ni llegues á tálamo con ella, á lo menos vi- viendo yo que te adoro. A todo esto no respondió Don Quijote. otra palabra, sino fué dar un profundo suspiro, y luego se tendió en su lecho, agradeciendo á los Duques la merced, no porque él tenia temor de aquella canalla gatesca encantadora y cencerruna, sino porque habia conocido la buena intencion con que hablan ve- nido á socorrerle. Los Duques le dejaron sosegar, y se fueron po- sarosos del mal suceso de la burla, que no creyeron que tan pesa- da y costosa le saliera á Don Quijote aquella aventura, que le cos- tó cinco dias de encerramiento y de cama, donde le sucedió otra aventura mas gustosa que la pasada, la cual no quiere su historia- dor contar ahora, por acudir á Sancho Panza, que andaba muy solícito y muy gracioso en su Gobierno.