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Capítulo LV.

tos, y siempre muerto de hambre, por haberlo querido así el Doc- tor Pedro Recio, natural de Tirteafuera, médico insulano y gober- nadoresco. Acometiéronnos enemigos de noche, y habiéndonos puesto en grande aprieto, dicen los de la Ínsula, que salieron libres y con vitoria por el valor de mi brazo: que tal salud les de Dios, como ellos dicen verdad. En resolucion, en este tiempo yo he tan- teado las cargas que trae consigo y las obligaciones el gobernar, y he hallado por mi cuenta, que no las podrán llevar mis hombros, ni son peso de mis costillas, ni flechas de mi aljaba: y así antes que diese conmigo al traves el Gobierno, he querido yo dar con el Go- bierno al traves, y ayer de mañana dejé la Ínsula como la hallé, con las mesmas calles, casas y tejados que tenia cuando entré en ella. No he pedido prestado á nadie, ni metídome en grangerías: y aunque pensaba hacer algunas ordenanzas provechosas, no hice ninguna, temeroso que no se habian de guardar, que es lo mesmo hacerlas que no hacerlas. Salí, como digo, de la Insula, sin otro acompañamiento que el de mi rucio: caí en una sima, víneme por ella adelante, hasta que esta mañana con la luz del sol ví la salida; pero no tan fácil, que á no depararme el cielo á mi señor Don Qui- jote, allí me quedara hasta el fin del mundo. Así que, mis señores Duque y Duquesa, aquí está vuestro Gobernador Sancho Panza, que ha grangeado en solos diez días que ha tenido el Gobierno, co- nocer que no se le ha de dar nada por ser Gobernador, no que de una Ínsula, sino de todo el mundo, y con este presupuesto, besan- do á vuesas mercedes los piés, imitando al juego de los muchachos que dicen: Salta tú y dámela tú, doy un salto del Gobierno y me paso al servicio de mi señor Don Quijote, que en fin en él, aunque como el pan con sobresalto, hártome á lo menos, y para mí, como yo esté harto, eso me hace que sea de zanahorias que de perdices. Con esto dió fin á su larga plática Sancho, temiendo siempre Don Quijote que habia de decir en ella millares de disparates, y cuan- do le vió acabar con tan pocos, dió en su corazon gracias al cielo, y el Duque abrazó á Sancho y le dijo:-que le pesaba en el alma de que hubiese dejado tan presto el Gobierno; pero que él haria de suerte, que se le diese en su Estado otro oficio de menos carga y de mas provecho. Abrazóle la Duquesa asimesmo, y mandó que le regalasen, porque daba señales de venir mal molido y peor parado.