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Don Quijote.

dar, si le podian tener por loco, ó por cuerdo. Finalmente, habien- dole persuadido que no se pusiese en tal demanda, que ellos daban por bien conocida su agradecida voluntad, y que no eran menes- ter nuevas demostraciones para conocer su ánimo valeroso, pues bastaban las que en la historia de sus hechos se referian: con todo esto salió Don Quijote con su intencion, y puesto sobre Rocinan- te embrazando su escudo y tomando su lanza, se puso en la mitad de un real camino, que no lejos del verde prado estaba. Siguiole Sancho sobre su rucio, con toda la gente del pastoral rebaño, deseo- sos de ver en qué paraba su arrogante y nunca visto ofrecimiento. Puesto pues Don Quijote en mitad del camino, como os he dicho, hirió el aire con semejantes palabras:-0 vosotros, pasageros y vian- dantes, caballeros, escuderos, gente de á pié y de á caballo, que por este camino pasais, ó habeis de pasar en estos dos dias siguientes, sabed que Don Quijote de la Mancha, caballero andante, está aquí puesto para defender, que a todas las hermosuras y cortesías del mundo esceden las que se encierran en las Ninfas habitadoras des- tos prados y bosques, dejando á un lado á la señora de mi alma Dulcinea del Toboso: por eso el que fuere de parecer contrario acu- da, que aquí le espero. Dos veces repitió estas mesmas razones, y dos veces no fueron oidas de ningun aventurero; pero la suerte que sus cosas iba encaminando de mejor en mejor, ordenó que de allí á poco se descubriese por el camino muchedumbre de hombres de á caballo, y muchos dellos con lanzas en las manos, caminando to- dos apiñados de tropel y á gran priesa. No los hubieron bien vis- to los que con Don Quijote estaban, cuando volviendo las espaldas se apartaron bien lejos del camino, porque conocieron que si espe- raban, les podia suceder algun peligro; solo Don Quijote con in- trépido corazon se estuvo quedo, y Sancho Panza se escudó con las ancas de Rocinante. Llegó el tropel de los lanceros, y uno de- llos que venia mas delante, á grandes voces comenzó á decir á Don Quijote:-Apártate, hombre del diablo, del camino, que te ha- rán pedazos estos toros.-Ea, canalla, respondió Don Quijote, pa- ra mí no hay toros que valgan, aunque sean de los mas bravos que cria Jarama en sus riberas. Confesad malandrines, así á carga cer- rada, que es verdad lo que yo aquí he publicado, si no, conmigo sois en batalla. No tuvo lugar de responder el vaquero, ni Don Quijote le tuvo de desviarse, aunque quisiera, y así el tropel de los toros bravos y el de los mansos cabrestos, con la multitud de los

vaqueros y otras gentes que á encerrar los llevaban á un lugar don-