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Don Quijote.

garon al lugar donde le encontró Claudia, y no hallaron en él si- no recien derramada sangre; pero tendiendo la vista por todas par- tes, descubrieron por un recuesto arriba alguna gente, y diéronse á entender, como era la verdad, que debia de ser Don Vicente, á quien sus criados, ó muerto ó vivo, llevaban, ó para curarle, ó pa. ra enterrarle: diéronse priesa á alcanzarlos, que como iban de espa- cio, con facilidad lo hicieron. Hallaron á Don Vicente en los bra- zos de sus criados, á quien con cansada y debilitada voz rogaba que le dejasen allí morir, porque el dolor de las heridas no consentia que mas adelante pasase. Arrojáronse de los caballos Claudia y Roque, llegáronse á él, temieron los criados la presencia de Roque, y Claudia se turbó en ver la de Don Vicente: y así entre enterne- cida y rigurosa se llegó á él, y asiéndole de las manos, le dijo:- Si tú me dieras éstas conforme á nuestro concierto, nunca tú te vie- ras en este paso. Abrió los casi cerrados ojos el herido caballero, y conociendo á Claudia, le dijo:-Bien veo, hermosa y engañada señora, que tú has sido la que me has muerto: pena no merecida ni debida á mis deseos, con los cuales, ni con mis obras jamas quise ni supe ofenderte.-¿Luego no es verdad, dijo Claudia, que ibas es- ta mañana á desposarte con Leonora, la hija del rico Balvastro? No por cierto, respondió Don Vicente: mi mala fortuna te debió de llevar estas nuevas, para que zelosa me quitases la vida, la cual pues la dejo en tus manos y en tus brazos, tengo mi suerte por ven- turosa: y para asegurarte desta verdad, aprieta la mano y recíbe- me por esposo si quisieres, que no tengo otra mayor satisfaccion que darte del agravio que piensas que de mí has recibido. Apre- tóle la mano Claudia, y apretósele á ella el corazon de manera, que sobre la sangre y pecho de Don Vicente se quedó desmayada, y á él le tomó un mortal parasismo. Confuso estaba Roque, y no sa- bia que hacerse. Acudieron los criados á buscar agua que echar- les en los rostros, y trujéronla, con que se los bañaron. Volvió de su desmayo Claudia, pero no de su parasismo Don Vicente, porque se le acabó la vida. Visto lo cual de Claudia, habiéndose entera- do que ya su dulce esposo no vivia, rompió los aires con suspiros, hirió los cielos con quejas, maltrató sus cabellos entregándolos al viento, afeó su rostro con sus propias manos, con todas las mues- tras de dolor y sentimiento que de un lastimado pecho pudieran imaginarse. O cruel é inconsiderada muger! decia, ¡con qué fa- cilidad te moviste å poner en ejecucion tan mal pensamiento! ¡O

fuerza rabiosa de los zelos, à qué desesperado fin conducis á quien