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Capítulo LXII.

comunicar mis secretos, que no son para fiarse de todos. Suspen- so estaba Don Quijote, esperando en qué habian de parar tantas prevenciones. En esto, tomándole la mano Don Antonio se la pa- seó por la cabeza de bronce, y por toda la mesa, y por el pié de jas- pe sobre que se sostenia, y luego dijo:-Esta cabeza, señor Don Quijote, ha sido hecha y fabricada por uno de los mayores encan- tadores y hechiceros que ha tenido el mundo, que creo era Polaco de nacion y discípulo del famoso Escotillo, de quien tantas mara- villas se cuentan ¹, el cual estuvo aquí en mi casa, y por precio de mil escudos que le dí, labró esta cabeza que tiene propiedad y vir- tud de responder á cuantas cosas al oido le preguntaren. Guardó rumbos, pintó caracteres, observó astros, miró puntos, y finalmen- te la sacó con la perfeccion que verémos mañana, porque los viér- nes está muda, y hoy que lo es, nos ha de hacer esperar hasta ma- ñana. En este tiempo podrá vuesa merced prevenirse de lo que querrá preguntar, que por esperiencia sé que dice verdad en cuan- to responde. Admirado quedó Don Quijote de la virtud y pro- piedad de la cabeza, y estuvo por no creer à Don Antonio; pero por ver cuán poco tiempo habia para hacer la esperiencia, no qui- so decirle otra cosa, sino que le agradecia el haberle descubierto tan gran secreto. Salieron del aposento, cerró la puerta Don An- tonio con llave, y fuéronse á la sala donde los demas caballeros estaban. En este tiempo les habia contado Sancho muchas de las aventuras y sucesos que á su amo habian acontecido. Aquella tarde sacaron á pasear á Don Quijote, no armado, sino de rua, ves- tido un balandran de paño leonado, que pudiera hacer sudar en aquel tiempo al mesmo yelo. Ordenaron con sus criados que en- tretuviesen á Sancho de modo, que no le dejasen salir de casa. Iba Don Quijote, no sobre Rocinante, sino sobre un gran macho de paso llano, y muy bien aderezado. Pusiéronle el balandran, y en las espaldas, sin que lo viese, le cosieron un pergamino, donde le escribieron con letras grandes: Este es Don Quijote de la Man- cha. En comenzando el paseo, llevaba el rétulo los ojos de cuan- tos venian á verle, y como leian: Este es Don Quijote de la Man- cha, admirábase Don Quijote de ver, que cuantos le miraban, le nombraban y conocian, y volviéndose á Don Antonio, que iba á su lado, le dijo:-Grande es la prerogativa que encierra en sí la an- dante caballería, pues hace conocido y famoso al que la profesa, por 1 Este Escoto ó Escotillo era italiano, natural de Parma, y vivia en Flandes en tiempo de Alejan-

dro Farnesio.