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Capítulo LXII.

cho que decir, de todo tiene: los azotes de Sancho irán de espacio: el desencanto de Dulcinea llegará á debida ejecucion.-No quiero saber mas, dijo Don Quijote, que como yo vea á Dulcinea desen- cantada, haré cuenta que vienen de golpe todas las aventuras que acertare á desear. El último pregantante fué Sancho, y lo que pre- guntó fué:-Por ventura, cabeza, ¿tendré otro Gobierno? ¿saldré de la estrecheza de escudero? ¿volveré á ver á mi muger y å mis hijos? A lo que le respondieron:-Gobernarás en tu casa, y si vuel- ves á ella, verás á tu muger y á tus hijos, y dejando de servir de- jarás de ser escudero.-Bueno par Dios, dijo Sancho Panza, esto. yo me lo dijera, no dijera mas el profeta Perogrullo.-Bestia, dijo dijo Don Quijote, ¿qué quieres que te respondan? ¿No basta que las respuestas que esta cabeza ha dado, correspondan á lo que se le pregunta? Si basta, respondió Sancho; pero quisiera yo que se declarara mas, y me dijera mas. Con esto se acabaron las pregun- tas y las respuestas; pero no se acabó la admiracion en que todos quedaron, escepto los dos amigos de Don Antonio que el caso sa- bian. El cual quiso Cide Hamete Benengeli declarar luego por no tener suspense al mundo, creyendo que algun hechicero y estraordi- nario misterio en la tal cabeza se encerraba: y así dice que Don An- tonio Moreno, á imitacion de otra cabeza que vió en Madrid, fabri- cada por un estampero, hizo esta en su casa, para entretenerse y suspender á los ignorantes, y la fábrica era de esta suerte. La ta- bla de la mesa era de palo pintada y barnizada como jaspe, y el pié sobre que se sostenia era de lo mesmo, con cuatro garras de águi- la, que dél salian para mayor firmeza del peso. La cabeza, que pa- recia medalla y figura de Emperador Romano y de color de bron- ce, estaba toda hueca, y ni mas ni menos la tabla de la mesa en que se encajaba tan justamente, que ninguna señal de juntura se parecia. El pié de la tabla era ansimesmo hueco, que respondia á la garganta y pechos de la cabeza: y todo esto venia á responder á otro aposento que debajo de la estancia de la cabeza estaba. Por todo este hueco de pié, mesa, garganta y pechos de la medalla y fi- gura referida, se encaminaba un cañon de hoja de lata muy justo, que de nadie podia ser visto. En el aposento de abajo, correspon- diente al de arriba, se ponia el que habia de responder pegada la boca con el mesmo cañon, de modo que, á modo de cerbatana, iba la voz de arriba abajo y de abajo arriba, en palabras articuladas y claras, y desta manera no era posible conocer el embus Un so-

brino de Don Antonio, estudiante agudo y discreto, fué el respon-