das cuatro con la presa volvieron á la playa, donde infinita gen- te los estaba esperando, deseosos de ver lo que traian. Dió fon- do el General cerca de tierra, y conoció que estaba en la mari- na el.Virey de la ciudad'. Mandó echar el esquife para traerle, y mandó amainar la entena, para ahorcar luego al Arraez y á los de- mas turcos que en el bajel habia cogido, que serian hasta treinta y seis personas, todos gallardos, y los mas escopeteros turcos. Pre- guntó el General, quién era el Arraez del bergantin, y fuéle respon- dido por uno de los cautivos en lengua castellana (que despues pa- reció ser renegado español):-Este mancebo, señor, que aquí ves, es nuestro Arraez, y mostróle uno de los mas bellos y gallardos mo- zos que pudiera pintar la humana imaginación. La edad, al parecer, no llegaba á veinte años. Preguntóle el General:-Dime, mal acon- sejado perro, ¿quién te movió á matarme mis soldados, pues veias ser imposible el escaparte? ¿Este respeto se guarda á las capitanas? ¿No sabes tú que no es valentía la temeridad? Las esperanzas dudo- sas han de hacer á los hombres atrevidos, pero no temerarios. Res- ponder queria el Arraez, pero no pudo el General por entonces oir la respuesta, por acudir á recebir al Virey que ya entraba en la gale- ra, con el cual entraron algunos de sus criados y algunas personas del pueblo.-Buena ha estado la caza, señor General, dijo el Virey. -Y tan buena, respondió el General, cual la verá Vuestra Esce- lencia agora colgada de esta entena.-¿Cómo ansí? replicó el Vi- rey.-Porque me han muerto, respondió el General, contra toda ley y contra toda razon y usanza de guerra, dos soldados de los me- jores que en estas galeras venian, y yo he jurado de ahorcar á cuan- tos he cautivado, principalmente á este mozo que es el Arraez del bergantin, y enseñóle al que ya tenia atadas las manos y echado el cordel á la garganta, esperando la muerte. Miróle el Virey, y vien- dole tan hermoso y tan gallardo y tan humilde, dándole en aquel instante una carta de recomendacion su hermosura, le vino deseo de escusar su muerte, y así le preguntó:-Dime, Arraez, ¿eres tur- co de nacion, ó Moro, ó renegado? A lo cual el mozo respondió en lengua asimesmo castellana:-Ni soy turco de nacion, ni Moro, ni renegado.-¿Pues qué eres? replicó el Virey.-Muger cristiana, respondió el mancebo.-¡Muger cristiana, y en tal trage, y en tales pasos? mas es cosa para admirarla que para creerla. Suspended, dijo el mozo, ó señores, la ejecucion de mi muerte, que no se per- Eralo Don Francisco Hurtado de Mendoza, marques de Almazan, soldado gran valor, á quien
alaba de elocuente y de poeta Cristóbal de Mesa.Página:El ingenioso hidalgo Don Quijote del Mancha Tomo II.djvu/530
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