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Don Quijote.

dar gusto, trueca y vuelve en diferentes figuras que ellas tienen: y así temo, que en aquella historia, que dicen que anda impresa de mis hazañas, si por ventura ha sido su autor algun sabio mi enemi- go, habrá puesto unas cosas por otras, mezclando con una verdad mil mentiras, divertiéndose á contar otras acciones fuera de lo que requiere la continuacion de una verdadera historia. ¡O envidia, raiz de infinitos males y carcoma de las virtudes! Todos los vicios, Sancho, traen un no sé qué de deleite consigo; pero el de la envi- dia no trae sino disgustos, rancores y rabias.-Eso es lo que yo di- go tambien, respondió Sancho, y pienso que en esa leyenda 6 his- toria que nos dijo el Bachiller Carrasco, que de nosotros habia vis- to, debe de andar mi honra á coche acá cinchado, y como dicen, al estricote aquí y allí, barriendo las calles; pues á fe de bueno; que no he dicho yo mal de ningun encantador, ni tengo tantos bienes que pueda ser invidiado: bien es verdad que soy algo malicioso, y que tengo mis ciertos asomos de bellaco; pero todo lo cubre y tapa la gran capa de la simpleza mia siempre natural y nunca artificiosa: y cuando otra cosa no tuviese, sino el creer, como siempre creo, fir- me y verdaderamente en Dios y en todo aquello que tiene y cree la Santa Iglesia católica romana, y el ser enemigo mortal, como lo soy, de los judíos, debian los historiadores tener misericordia de mí y tratarme bien en sus escritos; pero digan lo que quisieren, que desnudo nací, desnudo me hallo, ni pierdo, ni gano, aunque por verme puesto en libros y andar por ese mundo de mano en mano, no se me da un higo que digan de mí todo lo que quisieren.-Eso me parece, Sancho, dijo Don Quijote, á lo que sucedió á un famo- so poeta destos tiempos, el cual habiendo hecho una maliciosa sá- tira contra todas las damas cortesanas, no puso ni nombró en ella á una dama, que se podia dudar si lo era ó no, la cual viendo que no estaba en la lista de las demas se quejó al poeta, diciéndole que qué habia visto en ella para no ponerla en el número de las otras, y que alargase la sátira y la pusiese en el ensanche, si no, que mi- rase para lo que habia nacido. Hizolo así el poeta, y púsola cual no digan dueñas, y ella quedó satisfecha por verse con fama, aun- que infame. Tambien viene con esto lo que cuentan de aquel pas: tor, que puso fuego y abrasó el templo famoso de Diana, contado por una de las siete maravillas del mundo, solo porque quedase vi- vo su nombre en los siglos venideros, y aunque se mandó que na- die lo nombrase, ni hiciese por palabra ó por escrito mencion de su

nombre, porque no consiguiese el fin de su deseo, todavia se supo