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Don Quijote.

este presente y acabable siglo se. alcanza, la cual fama por mucho que dure, en fin se ha de acabar con el mesmo mundo que tiene su fin señalado: así, ó Sancho, que nuestras obras no han de salir del límite que nos tiene puesto la religion cristiana que profesamos. Hemos de matar en los gigantes à la soberbia, á la envidia en la generosidad y buen pecho, à la ira en el reposado continente y quie- tud del ánimo, & la gula y al sueño en el poco comer que come. mos, y en el mucho velar que velamos, á la injuria' y lascivia en la lealtad que guardamos á las que hemos hecho señoras de nues- tros pensamientos, à la pereza con andar por todas las partes del- mundo buscando las ocasiones que nos puedan hacer y hagan so- bre cristianos, famosos caballeros. Ves aquí, Sancho, los medios por donde se alcanzan los estremos de alabanzas que consigo trae la buena fama.-Todo lo que vnesa merced hasta aquí me ha di- cho, dijo Sancho, lo he entendido muy bien, pero con todo eso quer- ria que vuesa merced me sorbiese una duda, que agora en este pun- to me ha venido á la memoria.-Asolviese, quieres decir, Sancho, dijo Don Quijote: dí en buena hora, que yo responderé lo que su- piere.-Dígame, señor, prosiguió Sancho, esos Julios ó Agostos, y todos esos caballeros hazañosos que ha dicho, que ya son muertos, ¿dónde están agora?-Los gentiles, respondió Don Quijote, sin du- da están en el infierno; los cristianos, si fueron buenos cristianos, ó están en el purgatorio ó en el cielo.-Está bien, dijo Sancho; pe- ro sepamos ahora, jesas sepulturas donde están los cuerpos desos señorazos, tienen delante de sí lámparas de plata, ó están adorna- das las paredes de sus capillas de muletas, de mortajas, de cabelle- ras, de piernas y de ojos de cera? y si desto no, ¿de qué están ador- nadas? A lo que respondió Don Quijote:-Los sepulcros de los gentiles fueron por la mayor parte suntuosos templos: las cenizas del cuerpo de Julio César se pusieron sobre una pirámide de pie- dra de desmesurada grandeza, á quien hoy llaman en Roma la agu- ja de San Pedro. Al Emperador Adriano le sirvió de sepultura un castillo tan grande como una buena aldea, á quien llamaron Moles Adriani, que agora es el castillo de Santángel en Roma. La reina Artemisa sepultó á su marido Mausoleo en un sepulcro, que se tuvo por una de las siete maravillas del mundo; pero ninguna de estas sepulturas, ni otras muchas que tuvieron los gentiles, se adornaron con mortajas, ni con otras ofrendas y señales que mos-

1 Este es un yerro de imprenta notorio: lujuria debe decir.