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ANTÓN P. CHEJOV

que simpático; perengano no está mal del todo, pero su nariz semeja un dedal, etc.

—Y usted, Nicolás—me dice la mamá de Masdinka—, no tiene nada de guapo; pero le sobra simpatía; en usted hay un no sé qué... La verdad es—añade suspirando—que para un hombre lo que vale no es la hermosura, sino el talento.

Las jóvenes me miran y en seguida bajan los ojos. Ellas están, sin duda, de acuerdo en que para un hombre lo más importante no es la hermosura, sino el talento. Obsérvome, a hurtadillas, en el espejo para ver si, realmente, soy simpático. Veo a un hombre de tupida melena, barba y bigote poblados, cejas densas, vello en la mejilla, vello debajo de los ojos, todo un conjunto velludo, en medio del cual descuella, como una torre sólida, su nariz.

—No me parezco mal del todo...

—Pero en usted, Nicolás, son las cualidades morales las que llevan ventaja—replica la mamá de Masdinka.

Narinka sufre por mí; pero al propio tiempo, la idea de que un hombre está enamorado de ella la colma de gozo. Ahora charlan del amor. Una de las señoritas levántase y se va; todas las demás empiezan a hablar mal de ella. Todas, todas la hallan tonta, insoportable, fea, con un hombro más bajo que otro. Por fin aparece mi sirvienta, que mi madre envió para llamarme a comer. Puedo, gracias a Dios, abandonar esta sociedad estrambótica y entregarme nuevamente a mi trabajo. Me levanto y saludo. Pero la mamá de Narinka y las señoritas de diversos matices rodéanme y me declaran que no me asiste el derecho de marcharme porque