¡Verás! ¡Qué diablo! Ayúdame, Aliocha, para que pueda subirme... Verotchka, no eres más que una chiquilla mal criada, una traviesa... ¡Amigo mío, empújame...!
Lapkin, jadeante, empuja a Cosiaokin; al fin éste alcanza la ventana, franquéala y desaparece en las tinieblas.
—¡Vera!—óyese al cabo de un rato. ¿Dónde estás? ¡Demonio! Me he ensuciado la mano con algo. ¡Qué asco!
Estalla un bullicio, un aleteo y el cacareo desesperado de una gallina.
—¡Caramba! Escucha, Laef—. ¿De dónde nos vienen estas gallinas? Pero, qué demonio; si hay una infinidad de ellas... ¡Y un cesto con una pava...! ¡Me ha picado la maldita!
Por la ventana salen volando las gallinas, y prorrumpiendo en chillidos agudos se precipitan a la calle.
—¡Aliocha, nos hemos equivocado..!—grita Cosiaokin con voz llorosa—. Aquí no hay más que gallinas. Por lo visto nos hemos extraviado... Pero malditas, ¿por qué no os estáis quietas?
—¡Sal pronto! ¿Qué haces?
—¿No sabes tu que estoy muerto de sed...?
—Ahora mismo... Deje que encuentre el abrigo y la carpeta...
—¿Por qué no enciendes un fósforo?
—Es que están en el abrigo... ¡Quién demonio me habrá traído aquí...! Todas estas casas son iguales. Ni el diablo mismo las distinguiría en la obscuridad. ¡Oh! ¡La pava me dió un picotazo en la mejilla! ¡Maldita!
—¡Pero sal pronto, si no van a creer que estamos robando gallinas!