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ANTÓN P. CHEJOV

do por la ventana. Transcurren algunos momentos.

—¿Quién nos servirá la comida?—pregunta.

—Hoy no han hecho comida. Mamá pensó que tú no vendrías y dispuso que no se guisara. Ella comerá con Olga Cirilovna después del ensayo.

—Muchas gracias. Y tú, ¿qué has comido?

—Tomé leche. Me compraron seis céntimos de leche. Papá, ¿por qué chupan la sangre los mosquitos?

Zaikin siente una pesadez que le encoge el hígado y lo aprieta. Experimenta tal amargura y tal ofensa que quisiera saltar, tirar algo al suelo, gritar, reñir. Pero recordando que los médicos le prohibieron toda agitación hace un esfuerzo, y para calmarse se levanta silbando un aire de Los Hugonotes.

—Papá, ¿tú sabes...?—Insiste Petia.

—¡Déjame en paz con tus tonterías!—responde Zaikin enfadado—. Me fastidias. Tienes seis años y eres siempre tan sandio como cuando tenías tres. ¡Eres un chiquillo tonto y mal criado! ¿Por qué estropeas los naipes? ¿Cómo te atreves a estropearlos?

—¡Estos naipes no son tuyos! Es Natalia la que me los dió—replica Petia sin levantar la vista.

—¡Mientes! ¡Mientes, mal muchacho!—exclama Zaikin—. Tú mientes siempre. ¡Hay que darte una paliza, gaznápiro! ¡Te arrancaré las orejas!

Petia salta, alarga el cuello y mira fijamente la cara purpúrea e irritada de su padre.

Sus grandes ojos están muy abiertos, luego se llenan de lágrimas y su boca se tuerce.

—¿Por qué me riñes?—chilla con voz aguda—. ¿Por qué me fastidias? ¡Estúpido! No hago nada malo, no