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EL CAMALEÓN

—No es nuestro—prosigue el cocinero—, es del hermano de nuestro general, que llegó anteayer... Nuestro general no es aficionado a lebreles; pero el hermano, sí...

—¡Cómo! ¿El hermano del general ha llegado?—exclama Ochumelof, mientras que toda su cara inúndase de una sonrisa de felicidad—. ¡Dios mío! ¡Yo no lo sabía! ¿Habrá venido tal vez por una temporada?

—Sí...

—¡Dios mío de mi alma! ¿Habrá echado de menos a su hermanito? ¿Cómo es que no me enteré antes de ello? ¿De modo que el perro es suyo? Me alegro mucho... Llévatelo... Un perrito hermoso... y vivo... ¡Ah, ah, ah...! ¡Lo cogió a aquél del dedo! ¿Por qué tiemblas? ¡Estará enfadado...! ¡Animalito!

Protor llama al perro y se marcha.

La multitud ríe y se burla de Hrikin.

—¡Otra vez no te irás de rosas como ahora!—le amenaza Ochumelof con la mano, se abrocha el abrigo y sigue su camino por la plaza del mercado.