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ANTÓN P. CHEJOV
Ania.

Llegamos a París. Hacía frío. La nieve tapizaba los techos y las calles. Yo hablo el francés bastante mal. Mamá vivía en el quinto piso. Al entrar en su alojamiento, vi algunos franceses y señoras, y un cura anciano, con un libro. El desorden allí era grande. El humo de los cigarrillos invadía la atmósfera. Allí no se sentía uno a sus anchas. Súbitamente, mamá me inspiró compasión. Cogí su cabeza entre mis manos, la estreché, la cubrí de besos. No me era posible soltarla. Mamá me acariciaba, llorando copiosamente.

Varia. (A través de las lágrimas.)

No hables... No hables..., mi querida Ania.

Ania.

Han vendido la villa que tenía cerca de Menton. Nada le queda, absolutamente nada. ¡Qué ruina! ¡Qué desastre! Estamos sin un copek. Lo que nos restaba, apenas nos bastó para el viaje. Mamá no comprende. ¡Con decir que en el restaurante de la estación pidió los platos más caros y dió al mozo una propina regia...! Carlota, por su parte, y Yascha también, comieron lo que más caro costaba. Hubiérase dicho que no sabíamos qué hacer con nuestro dinero. ¡Terrible! ¡Gastar así cuando en la bolsa no hay más que aire! ¿Por qué hacer venir a Yascha, el ayuda de cámara de mamá, con nosotros? ¿De qué podrá servirnos?