—¿Quién es el dueño de la casa? — le pregunté.
—Un ingeniero.
—¡Ah! ¿es ingeniero?
—Sí, pero batí, Rubio, ¿te animás?
—Porque no... sí, hombre... ya estoy aburrido de caminar vendiendo papel.
Siempre la misma vida: estarse reventando para nada, ¿decíme Rengo? tiene sentido esta vida. Trabajamos para comer y comemos para trabajar. "Minga" de alegría, "minga" de fiestas, y todos los días lo mismo Rengo, eso "esgunfia" ya.
—Cierto Rubio, tenés razón... así que te animás.
—Sí.
—Entonces esta noche damos el golpe.
—Tan pronto.
—Sí, él sale todas las noches. Va al Club.
—¿Es casado?
—No, vive solo.
—¿Lejos de acá?
—No. Una cuadra antes de Nazca. En la calle Bogotá. Si querés vamos a ver la casa.
—¿Es de altos?
—No, baja, tiene jardín al frente. Todas las puertasdan a la galería. Hay una lonja de tierra a lo largo.
—¿Y ella?
—Es sirvienta.
—¿Y quién cocina?
—La cocinera.
—Entonces tiene plata.
—Hay que ver la casa. ¡Tiene cada mueble adentro!
—¿Y a que hora vamos esta noche?
—A las once.
—¿Y va a estar ella sola?
—Sí, la cocinera en cuanto termina se va a su casa.
—¿Pero es seguro eso?