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ROBERTO ARLT

La torre en guardia.
La torre en guardia.
La quiero conquistar.

Suspiró en voz baja.

—Que más quisiera que pudieras escribir.

— Eso no vale nada.

—El día que Lila se reciba y tú publiques...

La voz era mansa, con tedio de pena.

Habíase sentado junto a la máquina de coser, y en el perfil, bajo la fina línea de la ceja, el ojo era un cuévano de sombra con una chispa blanca y triste. Su pobre es palda encorvada, y la claridad azul en la lisura de los cabellos dejaba cierta claridad de témpanos.

—Cuando pienso... — murmuró.

—¿Estás triste mamá?

—No, — contestó.

De pronto.

—Quieres que lo hable al señor Naydath. Puedes aprender a ser decorador. ¿No te gusta el oficio?

—Es igual.

—Sin embargo ganan mucho dinero...

Me sentí impulsado a levantarme, a cogerla de los hombros y zamarrearla, gritándole en las orejas.

—¡No hable de dinero, mamá, por favor...!¡No hable... cállese...!

Comprendió mi silencio agrio, y el alma se le cayó a los piés. Quedóse alelada, más pequeña, y sin embargo estremecida del rencor que aún le gritaba por mis ojos.

—¡No hable de dinero, mamá, por favor... no hable... cállese...!

Estábamos allí, inmóviles de angustia. Afuera de la ronda de chicos aún cantaba con melodía triste:

La torre en guardia.
La torre en guardia.
La quiero conquistar.