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rebota cantando dentro de su pobre cuerpecito, la canción frenética del dolor que busca la armonía del olvido.

Después la musa maga cae en la neurasténica melancolía de la nostalgia, y entona dulce y tristemente su salmo de miserere por la memoria de todas las cosas muertas. Llora como una niña sin juguetes, como un pájaro á la agonía de la tarde. Envuelta en la marea de la fatal evolución que rueda y precipita hácia el abismo inevitable lo grande y lo pequeño, la larva y el astro, lo humano y lo divino, no encuentra el rayo de sol á qué asírse, y se deja llevar y se lamenta, arrastrando como muertos queridos, sus rosas marchitas y sus estrellas apagadas.

Más tarde, en el último período de su desastre de ensueños, húmedos aún sus celestes ojos de lágrimas dolientes, vuelve la musa su cabecita loca hacia los olimpos paganos, á pedirle á los dioses inmortales la caricia serena y los dones maravillosos que purifican las almas destrozadas por la corona de espinas del impotente dios cristiano. Y penetra, y se pierde en los hondos silencios y en las religiosas penumbras de los templos, y admira y adora con deleitoso terror á la muchedumbre callada de los eternos dioses que tienen corporizado en sus formas de piedra, el sino inmutable del bien y del mal, de lo monstruoso y de lo bello, el jeroglífico enigmático de la vida y la muerte.

De pronto, la luz, el sol, el hosanna, el himno! Surge Amor, rubio como un Apolo, tierno y bello como un efebo, milagroso como una hada madrina, dorado y dulce como un panal de miel. Bálsamo bendito, bálsamo de bien que das á la virgencita moribunda el agua maravillosa que trae en su linfa las cien emociones del olvido y las cien fuerzas desconocidas é invencibles que llevan

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