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—Emilio... él, tan bueno, tan noble...

—No necesito bagáis su defensa. Entre ese bonibre y yo acabó todo. ¡Cuán inflexible sois!

—Pues creo que nada más podéis exigirme. ¿No he suscrito á todas vuestras condiciones? Por asegurar la felicidad de mi Pura necesitáis que ésta pase por muerta á los ojos de Emilio, después de robada á su madre. Una vez realizado el brillante matrimonio de este ilustre caballero, me habéis ofrecido que mi bija entrará en el seno de vuestra noble familia. Os he creido, señora: necesitaba creeros.

—Y basta este momento no tenéis motivo de arropentiros de la confianza que os vengo mereciendo.

—Es verdad. Además, nuestro conocimiento personal ha podido convenceros de que yo no seré obstáculo al enlace de vuestro sobrino. Matrimonio de conve niencia que reúne dos ilustres casas... ¿Bali! Para mí no existe ese hombre: si algún temor podia dominar me por la suerte de esta niña, ha desaparecido desde que la tomáis bajo vuestro amparo. Nada más deseo en el mundo, después de pediros un favor. Señora: haced á mi hija feliz ; hacedle dulce la opulenta horfandad en que va á entrar... Yo despedazo mi corazón con un nuevo dolor, separándome de ella para siempre...

—¡Oh! ¡Para siempre, Blanca! ¡Quién sabeí...

—Sí, señora, para siempre... y sirva esta terrible penitencia, este sacrificio del mas puro, del mas gran de amor, el amor de una madre, de expiación á mi involuntaria falta. Sea él feliz; yo padeceré gustosa por ambos, si conquisto la dicha para mi hija.

—¡Heroísmo admirable! Emilio sabrá después de su matrimonio que vive su hija; que va á habitar su mismo techo ; que podrá estrecharla sobre su corazón de padre...

—Basta, basta eso, señora; ¿qué porvenir esperaba á mi hiña á mí lado? ¿Y si yo le faltase? Acaso víctima de otra seducción como su madre... ¡Oh! Adiós señora: necesito respirare! ambiente de la calle; me abogo aquí; no quiero que desmayen mis fuerzas y me falte valor para separarme de mi hija...

—l'ero ¿qué va á ser de vos? ¿Creéis posible que yo abandone á su soledad y su infortunio á una mujer heroica cuya abnegación no sé admirar bastante? Soy digna del respeto y de la veneración general, y no e> justo ni noble acceder á vuestras exageradas propensiones de independencia: la conservareis íntegra; pero habéis de permitirme asegurar vuestro bienestar.

—¡Mi bien estar! ¡Mi independencia! ¿Y qué haré yo de todo eso sin mi hija?

—¿Pero qué vais á nacer, en fin?

—Eso es de mi sola incumbencia, señora. Dios no abandona al que de veras le pide su amparo.

Y levantándose con la magestad de su dolor, Blanca besó respetuosamente la mano de la señora: se acercó á su hija, que aun dormía, imprimió sus labios y sus lágrimas en el rostro angelical de la niña, y salió. (Se coiit'nviará.i)

C. Brl.net.

VISTA DE LA CATEDRAL DE ERFLRT, L3 ALEMANIA.

GEROGL1FIGO

Es la habitación de un honrado artesano que se halla, á la hora en que comienza la escena, ausente en su ocupación. Su esposa acaba de dar el pecho á una niña, ya dor mida, y con amorosa precaución la coloca en la cerca na cuna. De pie, y presenciando estos pormenores, una seño ra como de cincuenta años, alta, de roslro enjuto y se vero , aunque simpático , envuelta en un riquísimo abrigo de terciopelo negro, entabla con aqi.ella en voz baja el siguiente diálogo: —Siga usted, Juana, su costura. Yo me retiro , por que ya son las nueve y no creo que venga. —Mucho tarda; y es eslraño , porque siempre ha sido muy puntual.

—Sí viniese después, dígale usted que le ruego no falte mañana, porque para su mayor tranquilidad ne cesito que hablemos.

—Muy bien, señorita; se lo diré.

—Excuso recomendar á usted el cuidado y esmero de siempre con esta pobrecita criatura.

—¡Ah! Eso no hay para qué hablar. Ya sabe usted enáuto la quiero, y el cariño es la riqueza de los po bres, que somos de él muy avaros.

—Pero se, necesita tener además la bondad y honradez que á usted adornan, Juana, y á su marido. En esto llamaron suavemente á la puerta. La señora se ocultó en una alcoba inmediata , y Juana salió á abrir.

Algunos instantes después volvió acompañada de una jóven vestida de rigoroso luto.

Era Blanca... Alzando el velo, descubrió su hermosísimo y pálido rostro, y se precipitó hacia la cuna, contemplando en dulcísimo arrollamiento á la niña dormida, que no era otra que su bija Purüa, como el lector habrá adivinado. Dos bellas lágrimas rodaron por sus mejillas. Alzó la vista, y se encontró delante de sí, como aparecida, la severa figura de la señora. Esta se acercó á Blanca, ya incorporada y respuesta; la besó en la frente, y atrayéndola con dulzura, la hizo sentar á su lado, no lejos de la cuna, diciendo:

—Os esperaba hace rato, hermosa Blanca, y ya me retiraba con el disgusto de no veros

—He tardado, es verdad; los que vivimos del trabajo, no podemos ser siempre puntuales á una cita. El doble motivo de complaceros y de ver á mi hija, era suficiente estimulo á mi puntualidad ; y sin embargo, el deber de cumplir con el trabajo...

—¡Ah! sois incorregible, pobre joven: podíais ya haber abandonado esa ocupación, mostrándoos dócil á mis indicaciones...

—No hablemos de eso, señora: acabad una vez de conocer mi carácter. Cuando adopto una resolución no retrocedo.

—Yo nada os he propuesto que lastime vuestra dignidad, Blanca.

—Esa es vuestra opinión, que respeto, aunque la rechazo. Ligada á vos por inmensa gratitud, en pago del bien que me hicisteis devolviéndome á mi hija, que es mi vida, no hay sacrificio que no me halléis dispuesta á consumar: su dicha antes que todo. Pero en La solución de ¿ste en el próximo número. manera alguna podéis obligarme á aceptar donativos cuya procedencia me humilla...

—Pensad, joven , que no os humilla quien enjuga

AHELAKDO DE CAKLOS, EDITOR.

vuestras lágrimas... AT>MIN1STHACI0>-, CALLE DE BAILEN, HVM, í. — MADRID, —¡Ah! Perdonad; pero ¿puedo yo separar de todos es 1SPRESTA HE G.1SPAR T P.MC. tos acontecimientos la imágen del autor de mi deshonra?