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á la enorme suma de diez y nueve millones de libras esterlinas. En el siglo XIV las liguras heráldicas y emblemáticas de piedras de colores y esmaltes estaban tan en boga, que aun las señoras no podían prescindir de llevarlas en sus vestidos. Los ornamentos pontificales de los sa cerdotes estaban cuajados de pedrería. Isabel de Fran cia, consorte del rey Eduardo II, envió al papa Juan va rias capas pluviales bordadas de perlas de gran tama ño. Este género de trabajo se llamaba «bordado de piedra» y eran en él muy aventajados los operarios franceses. Los trajes que se hicieron al duque de Birgoña, Felipe el Valiente, para su entrevista en Arnicas con el duque de Lancaster en 1391 , dan una idea del uso que se hacia de las joyas en los bordados, asi como de la magnificencia de sus dueños. El uno era un so bretodo de terciopelo negro; en la manga izquierda, que segua la moda colgaba de todo el largo del trage, se veía bordada una gran rama de rosal con veinte

EL MUSEO UNIVERSAL. rosas formadas de zafiros, rodeadas de perlas, unas y otras de rubíes, y los capullos representados por per las. El cuello estaba bordado por el mismo estilo. Los ojales del vestido en honor de la antigua órden de la gineta instituida por los reyes de Francia, estaban guarnecidos con una guirnalda que representaba una jaca española, con los cascos de perlas y zafiros. En el cuerpo del vestido se veian bordadas las iniciales del duque. P. Y. Él otro vestido era de terciopelo carmesí, y á cada lado de él, bordado de plata, se veía un oso, cuya boca, collar y cadena eran de rubíes y zafiros. Recorría to do el borde un rameado bordado con la divisa del Rey, el sol de oro, y las iniciales del Duque. Con esta ropa el duque llevaba un brazalete de oro montado de rubíes con un broche y cadena de lo mismo. Aquellos ves'idos contenían un peso en oro de treinta y un marcos, y su hechura sóla costó 14,885 duros. Cuando el elegante y desgraciado Ricardo II se dis

ponía á casarse con la jóven Isabel de Valois, se hicie ron grandes preparativos para las bodas en Francia y en Inglaterra: todos los plateros y bordadores se ocu paron en aquel trabajo; sus tiendas se llenaron de oro. plata, perlas, diamantes y telas preciosas. El ajuar de la princesa de Francia no tenia rival en ninguno de los conocidos hasta entonces. Entre sus Irages había- «un vestido y un manto que no tenian iguales en Inglater ra; era de terciopelo con pájaros de oro perchados en ramas de perlas y esmeraldas.» Poseía coronas, anillos, coltores y broches por valor de 500,000 coronas. El novio no estaba ménos ricamente abastecido; poseia una casaca estimada en treinta mil marcos. El inventario de los efectos del duque de Orleans causa verdadera admiración por la inmensa suma reunida en aquellos agitados tiempos para adquirir tan tas joyas como allí se enumeran, y tan ricas, que todas ellas eran verdaderas obras maestras del arte. La libe ralidad de aquel semi-monarca escedió algunas veces

POSESION OEL CONDE DE BISMARK EN BAKZIN.

á los grandes recursos de que disponía, y con frecuen cia se le veía tomar prestado sobre su vajilla de oro pa ra comprar nuevas preseas. El día de año nuevo el duque Valentino de Milán y su señora con liberalidad exagerada distribuían rega los de un valor considerable, como collares , garganti llas, relicarios, rosarios, sortijas, cinturones, pendien tes con piedras finas; y las iglesias y los santos acudían á participar de aquellas dádivas. En 1392 el duque co locó en ta urna de Monseigneur S. Denis un broche de oro guarnecido con tres zafiros, tres grandes perlas y un rubí en el centro. El duque sólo compraba para regalar. La partida, la vuelta, la boda, el bautizo, cualquier acontecimiento relacionado con las personas 3ue fe rodeaban, eran motivo bastante para el regalo e una joya. Hacía presentes al mismo rey , á la reina, al delfín y á las infantas. No se consagraba un obispo sin que el duque le obsequiase con alguna pieza de va jilla de plata ; mientras que los regalos á. sus parientes de la familia real consistían siempre en joyas. En 1395 envió al papa «una alhaja de oro representando la ca beza de Santa Catalina , sostenida por dos ángeles de oro» y adornada con rubíes , zafiros y grandes perlas.

El catálogo del servicio y adornos de mesa de oro y plata esmaltados y adornados de pedrería de aquél príncipe , muestra la escelencia de los artistas de aquel tiempo, y la prodigalidad con que los proseguía. Es verdaderamente laméntame que hayan llegado hasta nosotros tan pocas de aquellas joyas , cuyo tra bajo era tan delicado, raro y curioso. Ésto se esplica bien respecto de las que pertenecieron al duque de Orleans, cuya mayor parte, fabricadas á todo coste por los mejores joyeros de aquella época, se vendieron al peso después de su muerte á los cambiantes lombar dos, quienes fundieron el oro y se lo llevaron con la pedrería fuera del reino. Pero para encontrarnos con el lujo y esplendor de la edad media en toda su ostentación, debemos vol vernos a la poderosa casa de Borgoña desde Felipe el Valiente á Carlos el Temerario. Aquellos grandes du ques , que tributaron á la belleza del arte una especie de adoración , cuya brillante córte sobrepujó á la de sus soberanos los reyes de Francia , y oscureció la ruda grandeza de los emperadores alemanes, poseían magnificas colecciones de joyas así como de vajillas de oro y plata de un trabajo esquisito. Felipe el Valiente

y Juan Sin Miedo gastaron mucho tales objetos, y Felipe el Bueno y Carlos el Temerario hicieron punti llo de honor el gastar diez veces más en lo mismo. So duda si ningún otro soberano de Europa pudo hacer adquisiciones tan numerosas y de tanto costo como las que absorbieron las rentas de la casa de Borgoña: compras por lo demás hechas con el mayor tino é inteligencia que pudieran desearse. No solo sus pro pios joyeros , sino los de Florencia , Luca , Genova y Venecia y también los cambiantes de moneda, que hacían el oficio de prestamistas y logreros, les lleva ban continuamente maravillas en objetos de joyería y obras de lujo. Las coronas de Francia, Austria y Toscana, entre sus mas preciadas joyas, poseen algugunas originarias de los últimos de aquellos señores, sin que hayan perdido nada de su primitiva fama á pesar de su remota procedencia. Aunque el arte de cortar y pulir el diamante se ha atribuido erróneamente á Roberto de Berquen , que floreció en el reinado del último Duque el Temerario; los diamantes se tuvieron en tal estimación durante los reinados de su padre, abuelo y antecesores, que no podemos menos de convencernos que aquel arte