por ella, por su amor, pelea el hombre.
La guerra bajo todos sus aspectos, operación táctica de ejércitos, revoluciones políticas, huelgas, atentados anárquicos, obedece siempre a este móvil recíproco en los adversarios: tentativa de uno que quiere aumentar su haber con el haber de otro, y resistencia de este último a dejarse despojar.
Mas ¿para qué quiere ese haber el hombre? Para engrandecer y embellecer su hogar, que sin la mujer no existiría. Porque es ella quien ha exigido para asegurar el éxito de su misión materna, la civilización estable del hogar. Y la pareja repite, aun en los mayores refinamientos de civilización, el estado de la caverna primitiva: ella es quien se queda dentro, el elemento permanente de civilización útil que empieza con la cocina, y de estética caracterizada en el arreglo del rudimentario menaje; él es quien sale y combate para asegurar la existencia común: el que vuelve con la presa. Faltárale aquel estímulo de estética y de bienestar, y nunca dejaría de ser un cazador salvaje.
El objeto adquisitivo de las guerras, es la apropiación de bienes desproporcionados con las necesidades de los gobernantes y