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LEOPOLDO LUGONES

esta suprema infamia los vicios mortíferos cuyo efecto presenciamos diariamente. Abundaron, por el contrario, los detalles gratos al ejercicio de la carrera que ejercía la persona en cuestión, desde su estreno infantil, celebrado por la literatura pornográfica a la cual debió fama y seudónimo, hasta su "colocación" eventual en manos de tal o cual personaje, sus instalaciones fastuosas, su elegancia irreprochable, su espiritualidad celebrada y hasta su especialidad en bailar el tango completamente desnuda. El mismo vicio que la ha llevado al sepulcro, resultaba elegante manía, paraíso artificial lleno de dulces tentaciones en su propio riesgo; su muerte, extinción poética de doncella tendida entre flores—pues así la describían—rodeada de coronas valiosas, visitada por numerosa concurrencia de personas elegantes entre las cuales no faltaban los indispensables argentinos...

La propaganda y el respeto del vicio resaltaban en toda aquella información. Notábase un verdadero interés por presentar la carrera infame de la heroína bajo los rasgos más halagüeños y divertidos, sin una sombra, sin un desagrado, antes con exajeración favorable como aquella relativa a su inteligencia y espiritualidad; pues