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LEOPOLDO LUGONES

cación y el silencio. La exhibición, por infamante que sea, tórnalo, al contrario, cínica y audaz. Es él quien triunfa en aquélla, poniéndola luego a su servicio.

Ahora bien, todo esto causa un daño enorme a la moralidad interna y al prestigio exterior de la Francia. Sus verdaderos amigos, los que no la queremos para gozarla como a una meretriz, según lo piensa y practica la clientela del bulevar, sino para amarla mejor en la intimidad de su noble espíritu, observamos con pena esas demasías que tampoco podemos callar sin mengua de la verdad debida a nuestros propios países. Porque su influencia es tan poderosa, que habemos menester combatirla sin descanso en cuanto pueda resultarnos perjudicial.

Suelen los franceses decir que la opinión del extranjero inspírase sobretodo en la novela de exportación. Pero la prensa de París no está escrita con ese objeto; y cuando la vemos emprender con tanto ahinco la apoteosis de la cortesana, debemos suponer que sus lectores lo exigen o que ella padece el más lamentable error.

De ahí resulta que la libertad de espíritu tienda a confundirse con el desenfreno, justificando la moral represiva de absolutis-