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LEOPOLDO LUGONES

para el observador de pacotilla literaria, el necio que disfraza de elegancia su escasez mental, el mentecato cuya superioridad escéptica es con mucha frecuencia un ardid de encubridor; pero si bien se mira, siendo el objeto de la civilización, en sus tres cuartas partes, el bienestar de la mujer, las peores calamidades que la amenazan provienen también de esta última. Civilizar, significa organizar progresivamente la vida civil cuyo fundamento y objeto definitivo es la instalación, la seguridad, la mejora del hogar. Sin éste, no existe la civilización; y nadie ignora que el hogar es el santuario levantado por el hombre a la madre y a la esposa.

Ahora bien, la cortesana es por excelencia el enemigo del hogar; de suerte que cuando su influencia predomina, peligra con éste la civilización.

Basta observar lo que al respecto enseñan esas grandes reuniones mundanas, donde por las audacias del traje y de las maneras es cada vez más difícil diferenciar a la dama de la meretriz. El lujo excede ya en aquellas mujeres los más famosos caprichos de las reinas antiguas. Cada una consume, transformado en dinero, el trabajo de millares de hombres. Son las es-