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LEOPOLDO LUGONES

mercio. Toda ciudad rica y moderna como las nuestras debe prohibirlo con tiempo, inexorablemente; porque una vez establecido caerá bajo la protección que disfruta la propiedad. Esto para no mencionar la degradación que semejantes transacciones fomentan en comerciantes y compradores, puesto que a la sociedad mercantilizada poco le importa los valores morales. Quien vende o compra pingajos, acabará necesariamente por degradarse, pues semejante hábito de satisfacer sus necesidades le acostumbrará a la vida innoble, aboliendo en su ser toda idea de mejoramiento viril; y como ese kilómetro de feria copiosa revela con claridad no menos la extensión de tal comercio que el número de su clientela, el resultado es positivamente horrible.

Y sin embargo, esa triste humanidad del tugurio posee esencialmente todos los sentimientos nobles, todos los gérmenes de reacción superior que constituyen y exaltan la dignidad.

Aquellos siniestros abalorios y adornos de desecho, aquellos postizos lúgubres, revelan un resto de coquetería, una preocupación de belleza que la más dura miseria no ha alcanzado a abolir. La tarea de agradar es un acto solidario, en el cual va