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caban tan sólo por un poco de idolatría. Su fe parecía viva y su convicción profunda; pero yo, que los había visto en sus tareas y sabía lo poco cristianos que eran en los actos, no podia menos de decirme a mí mismo: «¿A quién se engaña aquí?

Los oficios duraron hasta las doce y algunos minutos. Un hora después, el altar habia desaparecido, los bandoleros reanudaban sus libaciones y el buen viejo alternaba con ellos.

Hadgi—Stavros me llevó aparte y me preguntó s!

había escrito. Le prometi ponerme a ello en e mismo instante, y mandó que me diesen cañas, tinta y papel. Escribi a John Harris, a Cristódulo y a mi padre. Supliqué a Cristódulo que intercediese por mí con su antiguo compañero y que le dije se hasta qué punto era yo incapaz de encontrar quince mil francos. Me encomendé al valor y a la imaginación de Harris, que no era hombre para dejar a un amigo en la estacada. «Si alguien puede salvarme — le dije — es usted. No sé cómo se las arreglară, pero tengo en usted una firme esperanza: ¡s usted tan loco! No cuento con que encuentre quince mil francos para rescatarme; sería preciso pedirselos al se.

ñor Mérinay, y éste no presta. Por lo demás, es usted demasiado americano para consentir semciante trato. Obre usted como le parezca; prenda fuego al reino: lo apruebo todo de antemano; pero no pierda el tiempo. Siento que mi cabeza está débil y que mi razón podria emigrar antes de fin de mes.» En cuanto a mi desgraciado padre, me guardė bien de decirle el hotel en que estaba hospedado.