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francos por cuenta de la Sociedad. Uno de mis se cretarios, a quien después ahorqué, huyó a Tesalia con la caja. Yo tuve que enjugar el déficit: soy el responsable. Mi parte se elevaba a siete mil francos; de suerte que perdi cuarenta y tres mil. Pero al granuja que me robó le costó caro. Le castigué a la moda de Persia. Antes de ahorcarle le arranqué todos los dientes uno a uno, y se los hundi a martillazos en el cráneo... para ejemplo. ¿Comprende usted?

No soy malo; pero no aguanto que me hagan daño.

Me regocijé pensando que el palikaro, que no era malo, perdería ochenta mil francos en el rescate de la señora Simons, y de que recibiria la noticia cuando mi cráneo y mis dientes no estarian ya a su alcance. El me tomó por el brazo, y me dijo familiarmente:

—¿Cómo piensa usted hacer para matar el tiempo hasta su marcha? Va a sentir la falta de las damas, y la casa le parecerá grande. ¿Quiere usted echar una ojeada por los periódicos de Atenas? El fraile me los ha traído. Yo no los leo casi nunca. Sé exactamente lo que valen los artículos de periódico, puesto que los pago. Aqui tiene usted La Gaceta Oficial, La Esperanza, El Palikaro, La Caricatura.

Seguramente hablan ahi de nosotros. ¡Pobres suscriptores! Le dejo a usted. Si encuentra usted algo curioso, cuéntemelo.

La Esperanza, escrita en francés y destinada a darle el pego a Europa, había consagrado un largo articulo a desmentir las últimas noticias del bandolerismo. Dedicaba ingeniosas bromas a los ingenuos