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miento de vivacidad. Pero como todos mis súbditos no están a prueba de baia, y podría usted dejarse llevar a alguna nueva imprudencia, aplicaremos a sus manos el mismo tratamiento que a sus pies.

Nada impediría que comenzásemss inmediatamente; sin embargo, esperaré hasta mañana, en interés de su salud. Ya ve usted que el palo es un arma cortés que no mata a nadie; usted mismo acaba de probar que un hombre apaleado vale por dos. La ceremonia de mañana le dará a usted ocupación. Los prisioneros no saben en qué pasar el tiempo. La ociosidad es quien le ha dado a usted malos consejos.

Por lo demás, esté usted tranquilo: en cuanto llegue su rescate, curaré sus llagas. Todavia me queda balsamo de Luidgi—Bey. Al cabo de dos dias no se conocerá nada, y podrá usted danzar en el baile de palacio sin que sus amigas sepan que van en los brazos de un caballelo apaleado.

Yo no soy un griego, y las injurias me hieren tan vivamente como los golpes. Le enseñé el puño al viejo malvado y le grité con todas mis fuerzas:

—¡No, miserable, mi rescate no será pagado jamás! ¡No! ¡No he pedido dinero a nadie! De mi no tendrás más que la cabeza, que no te servirá de nada. Cógela inmediatamente si te da la gana. Sería mejor para mí y para ti también. Me ahorrarás dos semanas de torturas y la repugnancia de verte, que es la peor de todas. Economizarás lo que gastes en alimentarme durante quince días. ¡No dejes de hacerlo; es el único beneficio que puedes obtener de mi!

Sonrió, encogióse de hombros y dijo: