mente al respecto, y creo que puedo dar la lección bastante bien.
—¿Quién es aquel caballero con el anteojo?
—Ese es el contralmirante Baskerville, que sirvió á las órdenes del barón Rodney, en las Indias Occidentales. Aquel de casaca azul con de papel, es sir Guillermo Baskerville, que fué n un rollo presidente de comisiones de la Cámara de los Comunes, en la época de Pitt.
—¿Y este caballero frente á mí... éste de terciopelo negro y encajes?
Ah! Sobre ese tiene usted derecho á saber algo. Ese es la causa de todos nuestros males, esé es el perverso Hugo, el que estrenó el Sabueso de los Baskerville. No es probable que lleguemos á olvidarnos de él.
Miré el retrato con interés y sorpresa.
—¿De veras?—exclamó Holmes.—Parece un hombre bastante tranquilo y de maneras suaves pero se podría decir que tenía un demonio emboscado en los ojos. Me lo había figurado una persona más corpulenta y más brusca.
—No cabe duda sobre su autenticidad, porque el nombre y la fecha, 1647, están al dorso de la tela.
Holmes no habló más, pero el cuadro del viejo matachín parecía ejercer sobre él una fascinación, y sus ojos estuvieron constantemente fijos en él durante la cena. Sólo después que sir Enrique se hubo retirado á su aposento, fué cuando pude conocer el giro de los pensamientos de mi amigo.
Me llevó otra vez á la sala de festines, alumbrando el camino con la luz de su palmatoria, y levantó ésta á la altura del descolorido retrato pegado al muro.