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cutiendo la anatomía comparada del bosjesman y del hotentote.

»En el curso de los últimos meses fué haciéndose cada vez más evidente, para mí, que el sistema nervioso de sir Carlos se hallaba en un estado de tensión extrema. Mi amigo había tomado & pechos, de una manera excesiva, la leyenda que he leído; á tal punto que, aun cuando siempre habría estado, en terreno propio, nada hubiera podido inducirlo á salir de noche al páramo. Por increíble que el hecho pueda parecerle, señor Holmes, sir Carlos estaba sinceramente convencido de que una calamidad terrible pesaba sobre su familia, y, á la verdad, los hechos que citaba él de sus antepasados no eran nada alentadores. La idea de un fantasma que lo perseguía era su obsesión constante, y más de una vez me preguntó si en mis excursiones nocturnas, por razones de mi profesión, no había visto yo algún animal extraño, ó no había oído el ladrido de un sabueso. Esto último, lo del sabueso, me lo preguntó muchas veces, siempre con voz vibrante de emoción.

»Recuerdo bien lo que pasó una tarde que fuí á verlo, como tres semanas antes del fatal suceso. Lo encontré precisamente en la puerta del Hall. Yo había bajado del tílburi y me acercaba para saludarlo, cuando vi que sus ojos se fijaban de pronto, por encima de mi hombro, en algo que daba á su semblante la expresión de horror más espantosa. Me volví rápidamente y tuve tiempo apenas para entrever algo así como un gran ternero negro, que cruzaba en su extremo y en sentido transversal, el camino para carruajes que acababa yo de recorrer. Sir Carlos se puso en un estado tal de excitación y de alarma que tuve