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.85 postiza. Al meterse en una empresa tan delicada, un hombre astuto como él no dejaría ver su barba si la tuviera propia; de modo que si la usaba era para ocultar sus facciones. Entre, Watson.

L Holmes se introdujo en una de las oficinas seccionales de mensajeros, cuyo jefe le hizo una calurosa acogida.

— Vaya, Wilson! Veo que no se ha olvidado usted de aquel asuntito en que tuve la suerte de ayudarlo.

—No señor, no lo he olvidado. Usted me salvó la reputación y tal vez la vida.

—Mi querido amigo, no exagere. Creo recordar, Wilson, que usted tiene entre sus muchachos un tal Cartwright, que reveló alguna habilidad en aquella investigación.

—Sí, señor; todavía está con nosotros.

— Podría hacerlo subir?... Gracias. ¿Quiere hacerme también el favor de cambiarme este billete de veinte pesos?

Respondiendo al llamado de su jefe apareció un muchacho como de catorce años, de fisonomía despierta y brillante. Al ver á mi amigo se quedó mirándolo con gran reverencia.

—Permítame la guía de hoteles—dijo Holmes al jefe. Gracias. Mira, Cartwright, aquí te he marcado veintitrés hoteles, todos en las inmediaciones de Charing Cross. Comprendes?

—Sí, señor.

Tienes que visitarlos uno por uno.

—Sí, setor.

—Empezarás por darle al conserje una moneda de veinte centavos en cada caso. Aquí tienes veintitrés de ellas.

—Sí, señor.

El Sabueso.—5