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Leopoldo Lugones

prar los pájaros enjaulados con el objeto de darles la libertad. Es él quien introduce en la pintura, bajo la advocación del niño divino, la vida graciosa del niño humano. Su generosidad para con los amigos era sin límites. Su menosprecio de la fortuna, completo. Llámala hijastra de su creador, que no hija ilustre como la ciencia. Solamente amor de mujer, que tal nombre mereciera, no se le conoció ninguno. Pero aquel apotegma suyo de que el mucho conocer es razón para mucho amar, conceptuaba la fidelidad con nobleza. Quizá era tan distinto por haber venido de algún mundo feliz, donde el alma que nos revela aquella sonrisa impar, lo estaria esperando.

Su consejo era fácil como el agua que corre al aire libre: es decir, azaroso por la pendiente y los guijarros

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