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paciencia, sacar de ellos algún provecho. Se pone a pensar y a reflexionar. No quiere ser desmentido; acaba por encontrarles un rincon- —cito; les echa un largo sermón, en el cual les recomfenda que sean muy cuerdos, y les deja entrar, vacilando todavía y diciéndose a sí mismo: «Les vigilaré, pues tienen malas fachas y ojos brillantes que nada bueno prometen».

Tenéis razón para temblar, no deberíais haberles permitido entrar en vuestra ciudad modelo. Son hombres singulares que no creen en la igualdad, que tienen la extraña manía de tener corazón, y que extreman a veces la perversidad hasta tener genio. Van a perturbar a vuestro pueblo, a trastornar vuestras ideas de comunidad, van a negaros y a empeñarse en no ser más que ellos mismos. Se os llama el 16gico terrible; me imagino que vuestra lógica dormía èl día en que cometísteis la irreparable falta de aceptar pintores entre vuestros zapateros y vuestros legisladores. No amáis a los artistas, toda personalidad os desagrada, queréis aplastar al individuo para ensanchar la vía de la humanidad. Pues bien, sed sincero, matad al artista. Vuestro mundo estará más tranquilo.

Comprendo perfectamente la idea de Proudhon, y hasta si se quiere, me asocio a ella.