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les, diciéndoles que sus tardanzas eran inconvenientes ante la terrible tormenta que se les venía encima, para estallar, en cuanto la verdad se descubriera. M. Scheurer-Kestner rogó también al general Billot que por patriotismo activara el asunto antes que se convirtiera en desastre nacional. ¡No! el crimen estaba cometido y el Estado Mayor no podía ser culpable de él. Por eso, el teniente coronel Picquart fué nombrado para una comisión que le apartaba del ministerio, y poco a poco fueron alejándolė hasta el ejército expedicionario de Africa, donde quisieron un día honrar su bravura, encargándole una misión que le hubiera costado la vida en los mismos parajes donde el marqués de Morés encontró la muerte. Pero no había caído aún en desgracia; el general Gouse mantenía con él una correspondencia muy amistosa. Su desdicha era conocer un secreto de los que no debieran conocerse jamás.

En París la verdad se abría camino, y sabemos ya de qué modo estalló la tormenta. M. Mathieu Dreyfus denunció al comandante Esterhazy como verdadero autor de la nota sospechosa; mientras M. Scheurer-Kestner ponía en manos del guardasellos una solicitud pidiendo la revisión del proceso.

Desde este punto el comandante Esterhazy entra en juego. Testigos autorizados le pre-