J. M. J.
Contra mi voluntad, y con gran pena de mi corazón, cual jamàs la hava sentido, Dios lo sabe, tomo de nuevo la pluma, en demanda de justicia á las personas de buen corazón y recto juicio.
El dia 17 del finido mes de junio di cuenta al público de mi triste situación en un comunicado que conoció Cataluña entera. En él, callando, con caritativo propósito, nombres de lugares y de personas, lamentábame de las oprobiosas agresiones de que era victima por el delito de seguir aquel consejo del propio Jesucristo: Cuando os persigan en esta ciudad, huid á otra. Las tentativas se repitieron hasta el 14 de julio, haciéndome seguir y perseguir, hasta en el templo del Señor, por gente mal intencionada, poniendo á mi paso lazos y zancadillas en busca de un tropiezo, con el cual tener, si no un motivo, una ocasión de prenderme y llevarme á Vich. Y ¿qué canongía se me reserva allí, cuando quieren conducirme, por no decir arrastrarme, con tanta pertinacia, de prisa y corriendo, antes de que las gentes me vean bueno y sano, y á la luz de la verdad se descubra la infamia? Es para encerrarme en aquel Asilo, que sirve también de manicomio. Con fin tan poco cristiano, y por dos veces, se ha intentado reunir varios médicos y arrancarles un dictamen declarándome alienado; pero, en honra de la clase sea dicho, no ha habido quien se preste á secundar el plan. El ideal de los que quieren mi reclusión es sencillamente aislarme de las personas que me quieren bien, de los escritores amigos y de la prensa que, habiéndose fijado en mi triste asunto, se me muestran caritativos y benévolos; y, sobre todo, porque solo, allí dentro, ante la realidad horrible de verme preso sin ser delincuente, me confunda, se ofusque