dadas de poesías que anidaban, como mi corazón, á las plantas de la Sagrada Imagen. La gente tiene creencias, es afectuosa y sencilla. Al punto hallé un amigo en cada hogar, y en cada campo un maestro del lenguaje y de la poesia popular, que constituyen la mitad de mi patrimonio.
Era, pues, mi cárcel, amplia, espaciosa y placentera; mi destierro era florido y hermoso: cabalmente lo inauguraba en pleno mes de María, cuando la dedicaban los monaguillos sus deliciosos cánticos en el templo, y los ruiseñores sus himnos más inspirados en los ribareños prados. Pero, al fin y al cabo, era un destierro, y no había de hallarme siempre entre satisfacción y dicha. Tras unos días, después de revolotear por aquellas tierras, de la ermita al rio, del rio al campo ó al robredal, con la inocencia del que bien obra, fuíme á Barcelona en busca de algunos de mis libros y documentos, que me hacían falta.
D. Claudio, creyendo que recalaba en su casa huyendo del cautiverio, recibióme severamente, y sin dejarme explicar me dijo estas palabras, que son textuales:—No vuelva Vd. á poner los pies en esta casa mientras duren las actuales circunstancias.— Respondile que me dispensara y que no tendría ocasión de repetirmelo; y, despidiéndome con un Quede Vd. con Dios, subí por última vez á mi antiguo aposento para ordenar y encajonar todos mis libros, que no tardaron en acompañarme. Lástima que viviendo yo en La Gleva, como las golondrinas que alli veranean, siempre dispuestas á marcharse, no pude instalar mi biblioteca, que continúa encajonada en los bajos del palacio episcopal.
De vuelta en el Santuario, sacaba fuerzas de flaqueza para hacerme superior á la triste realidad que me oprimía; intentaba remontar mi vuelo al mundo de la piedad y de la poesía, llegando á sacudir de mis alas los polvorientos recuerdos de miserias y de pasiones insaciables, de las que era juguete é iba á ser inocente víctima. En momentos de fervorosa inspiración llegué á creerme, y así lo dije á alguno, que era el hombre más feliz del mundo;
pero no había de dejarme soñar tranquilo bajo los sauces de La Gleva quien de Barcelona me alejara. Conservaba, á Dios gracias, el juicio, pero era conveniente y necesario hacérmelo perder.
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