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J. M. J.

15 de junio. Ignorando lo que pudiera sucederme en la calle, me decidí á ver venir los acontecimientos desde casa, sintiendo solamente perder la santa Misa. Al amanecer recibí la visita del Sr. Guillén y de un agente de policía amigo suyo, el cual me aseguró que podia estar tranquilo, puesto que ninguno de sus subordinados me diría una palabra; advirtiéndome, además, que sería revocada la orden que tenían, los comandantes de mozos de la escuadra y de la guardia civil, de prenderme donde me hallaran.

A las dos de la tarde fuí á testimoniar mi gratitud al señor Gobernador por el cambio hecho á mi favor, no sólo anulando la orden de mi detención, sino amparándome en mis horribles contratiempos. Afectuosameme y con cristiana cortesía manifestóme lo mucho que le dolía lo sucedido y sus vehementes deseos de que se llegara á satisfactoria solución. Al despedirnos me aseguró que, de no sobrevenir algo imprevisto, no se me molestaría más.

Así fué: desde aquel punto y hora no me ha venido en zaga nadie que oliera á ronda secreta. Los desocupados que, alternando, iban tras de mí hasta el 14 de julio, descontando tres de entre ellos, cuyas intenciones eran menos halagüeñas, tenían la misión de amedrentarme, como si se tratara de un chiquillo; y no vendrían de tan alto, pues se apostaban en la calle del Duque de la Victoria, donde recibirían el santo y seña y al anochecer volverían para dar cuenta de sus inútiles paseos.

Al comenzar mi suplicio cundió por la ciudad la noticia de que se me había hecho pasar por la vergüenza de prenderme, siendo conducido á Vich por orden judicial. Cuando lo lamentaban hasta los que no me conocen, oyendo hacía la esquina de la calle pataleo de caballos y ruido de carruajes y cascabeles, dejéme tentar de la curiosidad: pues era mi primo, que iba con su esposa á los toros en carretela, con su clavel en la solapa y su calañés. Este hecho tan sencillo me horrorizó.

Llegaba, gracias á Dios, á la cima del Calvario. El dia 23 de