fisonomía, dándola —juntamente con los mechones de pelo rojo que se escapaban de su gorra chata de cuero de zorro y con su barba, recortada en forma de herradura que ponía al descubierto una boca sin lábios que casi le llegaba desde una oreja á la otra— un aire marcadamente funambulesco.
Su acompañante formaba con él un verdadero contraste: seco, anguloso, huesudo, estaba envuelto en una manta de lana de cuadrilos blancos y negros y cubierto con una galerita cuyas álas, verdaderamente embrionarias, eran una nota alegre que dulcificaba la expresión de su rostro, al cuál sus ojos, chiquitos y vivos, acentuaban de una manera que hacia pensar en rastrillos, en ganchos, en uñas, en cosas, en fin, de agarrar y de arrastrar: aquella cara debía ser indudablemente la que soñó Shackespeare para su Shylock ó Moliére para su Harpagón y el sombrerito debía ser obra de alguno de esos hombres que echan á la chacota todas las cosas de la vida.
—¡Le digo á Vd. que nó!... El Gorro de doña Catalina es un canalla, un pillo y á mí me hace ésto porqué soy italiano... ¿Sabrá bien Vd. cómo andamos ahora los franceses y los italianos.... ?
—Esa no es la cuestión....! La cuestión es que Vd., diga lo que diga el Gorro de doña Catalina ó cualquiera otro júdas de mar ó tierra, convenga en ir á dar la paliza .... ¡Eso es lo que interesa...! ¡Con los lobos se podrá empezar el otro més y entre tanto iremos á Sloggett á lavar oro!
— Sí;.... pero El Gorro....
—¡Mire!: ... ¿Cómo es que le dicen á Vd?
— Don Cayetano.
—¡Mire Don Cayetano, no me embrome la paciencia, eh!... ¡Le vá á caer una racha, si se descuida, que no le