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EN EL SIGLO XXX.

—Muy admirable, señor— le contestó, aunque no le había conocido.
¡ Decir que aquel sepulturero imbécil arrojaba despreciativamente el cráneo que había guardado el pensamiento de un ingenio semejante! Sí, Jorik, resucitase no lo creería! Pero tuvo que dejar el cráneo, porque en aquel momento llegaba el fúnebre cortejo del que en mejor vida se habia llamado Polonio. En consecuencia, Hamlet y Horacio se hicieron á un lado de la escena. Ocultos detrás de un sepulcro ruinoso cubierto de yedra completamente, permanecían cuando llegó el acompañamiento. Lo precedía un batallón con las lanzas á la funerala y la banda de música, que había enviado para el acto el Ministro de la Guerra por orden y decreto de su Soberano, con las cajas enlutadas, flojos los parches y tocando una sentida marcha fúnebre, escrita expresamente por un amigo del finado.
Acompañaban á los restos mortales del ex Ministro, los monarcas, Laertes, gran parte de la corte, damas de honor, pajes, sus amigos íntimos, comerciantes de las plaza, protegidos, gran número de vicentes, adondevás y etcéteras del distinguido y eminente, ilustre y benemérito muerto. Un momento después, como era natural, la escena se vió invadida completamente. Cada cual, según era moda en Doñamarka ó Dinamarca en los actos de profundo duelo, venía munido de un pañuelo en una mano, varios en la escarcela, y en la otra un círio encendido.
El ataúd del que cariñosamente llamaron Polonio,era de ébano con grandes manijas labradas de bronce, y se hallaba cubierto de flores de la estación y de coronas