déme una lista completa de acreedores y déjeme hacer.
Valroy vacilaba todavía, sintiendo cierto escrúpulo.
—¿Quiénes son esos capitalistas?
—Ya lo sabrá usted; por el momento, debo callar sus nombres; por otra parte, en la transmisión de las hipotecas podrá usted verlo si quiere; espere quince días. ¿Qué arriesga usted? Sus acreedores están resueltos á extrangularle mañana. Los que yo propongo —aun admitiendo que yo me engañe sobre sus sentimientos no pueden hacerlo peor... Y gana usted tiempo.
—Es verdad—dijo el Conde.—Y dió la lista.
Cuando Godofredo la tuvo en el bolsillo, dijo aún: —¿Tiene su mujer de usted algunos bienes?
—Su dote; cuarenta mil pesos... Pero nuestras relaciones me prohiben...
Bah! Todo se arregla—dijo el Marqués dando media vuelta.
Vuelto á su casa, dijo á Adelaida: —Es preciso absolutamente reconciliar á Valroy con su mujer... Hace falta para nuestras operaciones.
En seguida, con su paso ligero, se fué á la granja de los hermanos Grivoize y de Piscop. En aquella época fué cuando se le vió con frecuencia en conciliábulo con ellos en algún rincón del bosque; la decoración era á propósito.
Cuando el Conde supo que era aquella sórdida familia la que compraba sus créditos, se quedó sorprendido y descontento.
— Gente del país!... Y cómo pueden?... Tan ricos son esos miserables?
Carmesy movió la cabeza.
—Esté usted tranquilo; no se sabrá nada... Ellos son los primeros que no quieren que se sepa...Ocultan