Página:En las Orillas del Sar.djvu/150

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No el lúgubre vaticinio
Que el espíritu turba y sorprende,
Ni el inútil y eterno lamento
Importuno en los aires resuene.

¡Poeta!, en fáciles versos,
Y con estro que alienta los ánimos,
Ven a hablarnos de esperanzas,
Pero no de desengaños.

II

Atrás, pues, mi dolor vano con sus acerbos gemidos
Que en la inmensidad se pierden, como los sordos bramidos
Del mar en las soledades que el líquido amargo llena!...
¡Atrás!, y que el denso velo de los inútiles lutos,
Rasgándose, libre paso deje al triunfo de los Bruto,
Que asesinados los Césares, ya ni dan premio ni pena...

Pordiosero vergonzante que en cada rincón desierto
Tendiendo la enjuta mano detiene su paso incierto
Para entonar la salmodia, que nadie escucha ni entiende,
Me pareces dolor mío, de quien reniego en buen hora.
¡Huye, pues, del alma enferma! Y tú, nueva y blanca aurora
Toda de promesas harta, sobre mí tu rayos tiende.