Página:En las Orillas del Sar.djvu/175

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Sucumbe el joven, y encorvado, enfermo,
Sobrevive el anciano; muere el rico
Que ama la vida, y el mendigo hambriento
Que ama la muerte es como eterno vivo.


Prodigando sonrisas,
Que aplausos demandaban,
Apareció en la escena, alta la frente,
Soberbia la mirada,
Y sin ver ni pensar más que en sí misma,
Entre la turba aduladora y mansa
Que la aclamaba sol del universo,
Como noche de horror pudo aclamarla,
Pasó a mi lado y arrollarme quiso
Con su triunfal carroza de oro y nácar;
Yo me aparté, y fijando mis pupilas
En las suyas airadas:
— ¡Es la inmodestia! — al conocerla dije,
Y sin enojo la volví la espalda.

Mas tú cree y espera, ¡alma dichosa!,
Que al cabo ése es el sino
Feliz de los que elige el desengaño
Para llevar la palma del martirio.