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VIRGILIO.


CXXXII.

Oyóle el Padre complacido, y truena
A izquierda mano, despejado el cielo.
Descargándose al punto el arco suena,
Y disparado el homicida telo
De la cuerda tirante se enajena.
El aire rasga en estridente vuelo,
Llega, y traspasa con el hierro insano
Las sienes cavernosas á Numano.

CXXXIII.

«¡Anda, soberbio, y al valor regala
Con burlas que el castigo desafían!
Los pobres Frigios, los de suerte mala,
Esta respuesta á tu arrogancia envían.»
Conciso Ascanio así su furia exhala.
Los Teucros, que admirados le veian,
En aplauso triunfal su nombre elevan
Y al cielo la esperanza en alas llevan.

CXXXIV.

Desde un punto sereno de la esfera
En una nube, sobre el aura pura,
Apolo, el de la hermosa cabellera,
Miraba en ese instante por ventura
El fiero asalto y la defensa fiera,
Y á Yulo vencedor así conjura:
«¡Bien hayas, jóven de inmortal destino!
¡Sigue! ¡ése es de los astros el camino!