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ENEIDA.


LXXVIII.

Turno, impaciente ya, lanzó un gemido,
Y voces tales de lo más profundo
Del pecho arranca, en cólera encendido:
«Tú el primero en llegar, tú el más facundo
En los consejos, Dránces, siempre has sido.
Brazos pida la patria, ardor fecundo,—
Jamás el labio vocinglero sellas.
¡Palabras! ¿y á qué el aula henchir con ellas?

LXXIX.

«Pomposas á volar las das seguro
Miéntras sangre los fosos áun no llena
Y áun pára al agresor trabado muro.
Por tanto en tu oracion, cual sueles, truena,
Trátame, oh Dránces, de guerrero oscuro,
Ya que tú de cadáveres la arena
Cubrir supiste, y por tu diestra veo
Alzado acá y allá tanto trofeo!

LXXX.

«Gala hacer de valor te es dado en guerra,
Ni habrás por enemigos de afanarte
Yendo á buscarlos en remota tierra;
Cercándonos están por toda parte.
¡A ellos, pues, á ellos! ¡cierra, cierra!
¿Qué aguardas?... ¿O los ímpetus de Marte
Tú jamás de otra suerte los conoces
Que en tu gárrula lengua y piés veloces?