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XXII

Las gramas no persigas
Con incansable rastro; si no alejas
Con ruidos las aves enemigas;
Si hiriendo ociosas ramas,
El asombrado campo no despejas,
Ni con voto eficaz la pluvia llamas,
¡Triste! con sesgos ojos de vecina
Heredad mirarás la parva enhiesta,
Y tu hambre en la floresta
Aliviará la sacudida encina.


Ni uno solo de los prolijos detalles con que pinta Virgilio la lucha del labrador con la Naturaleza ha escapado á la sagacidad del traductor: no crecerán las mieses sino se extirpan á tiempo el cardo y las importunas cañas, si no se espantan las aves atraídas por el apetito del grano. La pereza condenaría al labrador á contemplar con tristeza la cosecha abundante del vecino y á alimentarse con el insípido y grosero fruto de las encinas.

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Heu! magnum alterius frustra spectabis acervum,
Concussaque famem in silvis solabere quercui


La agricultura fué considerada por los antiguos como el arte que enseña al hombre á apropiarse por el trabajo y la industria, no sólo los dones de Ceres, sino cuantos distribuye Cibeles, uno de cuyos atributos es la llave con que abre y cierra, según las estaciones, los tesoros de la Naturaleza, y gobernando los leones que condu-