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reino de justos, y veamos ante todas cosas cómo se conciertan entre sí. Los hombres de bien deben merecer del cielo un cuidado particular; ¿pero quién, á no ser Dios, puede decir cuáles lo son? Uno cree que el espíritu celestial descendió sobre Calvino, y otro piensa que solo fue un instrumento del infierno mismo. Si Calvino goza de la suprema felicidad, ó si el cielo le hace sufrir el peso de su brazo vengador, uno exclama: cierto es que hay Dios; y otro grita: no, no le hay. Lo que choca al uno edifica al otro, y ningun sistema puede hacer á todos los hombres dichosos, pues los mas virtuosos suelen tener inclinaciones diversas, y lo que recompensa vuestra virtud á veces castiga la suya. Cuanto existe es como debe ser. Verdad es que el mundo se hizo para Cesar; pero también se hizo para Tito. ¿Y cuál de los dos fue mas feliz? ¿El que esclavizó su patria, ó aquel cuyas virtudes le hacían suspirar el día que se pasaba sin hacer beneficios?

Pero diréis: el virtuoso muere á veces de hambre, al paso que el vicioso abunda de todo, ¿Y qué se infiere de aqui? ¿Es el pan por ventura recompensa de la virtud? El vicioso puede adquirirlo lícitamente cuando es el fruto de su trabajo; el mas