embargo, ciertas aptitudes de la inteligencia humana desplegaron mayor actividad que en nuestra patria en otras naciones menos ortodoxas. No es por lo tanto posible aceptar la intransigencia en materia religiosa como causa de la lentitud con que siguió España las corrientes del progreso. Más racional parece achacar nuestro atraso á peculiares condiciones de nuestro carácter y á ciertos vicios del temperamento español. Por lo que se refiere á la evolución filosófica provocada por la aparición y por el parcial triunfo del principio de libre examen, camino que conduce al racionalismo y á la doctrina atea después de suscitar en Francia la revolución jansenista, claro es que en nuestra Península, dócil á las verdades que preconiza el dogma católico, no podía encontrar terreno abonado para prosperar y propagarse; pero esta circunstancia nada prueba á favor de las excelencias de los dogmas protestantes, ya que el adelanto de las ciencias físicas, experimentales y
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