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Página:Ensayosdecritica00zayauoft.djvu/158

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monías para el oído que el choque de las espadas ó que el silbar de las saetas; sin más pasiones el corazón que el odio á la cimitarra ó el galante culto á un amor idealizado por leyendas bárbaras y absurdas, sin más ideas el cerebro que el cúmulo informe de supersticiones y consejas urdidas por la ignorancia y alguna vez iluminadas por los destellos de la piedad religiosa, ¿quién osara volver los ojos al pasado, no ya con fines docentes y en busca de hondos análisis, sino ni aun por mera curiosidad ó por vía de pasatiempo tan sólo?

La anónima epopeya que esclarece los días singulares de nuestra Edad de hierro brota espontánea como flor silvestre en el fragor del combate y carece por lo tanto de método, de limpidez y tersura en el estilo; pero es rica en sencillez sugestiva, en denuedo varonil, en ingenuidad conmovedora. Cantara al Cid y á Bernardo del Carpió, al castellano Mudarra y al conde Fernán González, la pul