del carácter de sus enemigos, prefiere Mazarino anularlos con las armas de la astucia á combatirlos con el fuego de los cañones, y consecuente con la táctica que mejor se aviene con su temperamento italiano, si no con su investidura sacerdotal, halaga la vanidad de las mujeres, aplaca con oportunas y tentadoras promesas la ambición de los hombres, da á manos llenas á los avaros, á pesar de que este antipático vicio le domina, y cede en los momentos de adversidad ante el alud de los sucesos, murmurando entre dientes con harta conciencia del propio valer y con no menor confianza en los desaciertos de sus contrarios: «El tiempo es mío.»
Las Musas francesas, educadas en la academia pagana de la Marquesa de Rambouillet, vierten raudales de acerba sátira sobre las reputaciones de la Regente y del Cardenal, mostrándose dignas descendientes de las que inspiraron en tiempos no muy remotos á los enfants sans-souci y á los precoces autores de